Curso Panorámico de Literatura Española

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad de la República
(Montevideo, Uruguay)

domingo, 21 de marzo de 2010

El tema de la personalidad en la obra narrativa de Miguel de Unamuno. Un estado de la cuestión

Óscar González Palencia


El tema de la personalidad en la obra

narrativa de Miguel de Unamuno.

Un estado de la cuestión


(Fragmentos)


Quizá haya sido el existencialismo la corriente de pensamiento que con más

honda raigambre se haya asentado en el siglo xx . Una filolosofía centrada

casi exclusivamente en el hombre y su problemática debería tener,

perentoriamente, una incidencia poderosa tanto en el arte como en la vida

cotidiana. La literatura se elaboraba como un medio de propagación de ideas

tan válido como anteriormente lo había sido el tratado, ceñido a una

metodología pretendidamente científica. Esto revertió en que este ideario

se canalizara tanto a través de enjundiosos estudios como en conversaciones

de café. En cualquier campo –sea la rigurosa crítica universitaria, sea la in-

formal charla entre amigos con inquietudes intelectuales compartidas–, se

mencionaba nombres como los de Camus, Sartre, Heidegger, Jaspers, etc.

Algunos atribuían el patronazgo de esta filolosofía a Kierkegaard; otros, algo

más avezados e instruidos, otorgaban la paternidad del movimiento a Pas-

cal. Sea como fuere, el nombre de Miguel de Unamuno quedaba totalmente

postergado o, en el mejor de los casos, relegado como una figura de segundo

orden. Hoy en día, esta opinión ha tomado un viraje considerable.

Traducido a multitud de lenguas, la bibliografía que han provocado su vida

y su obra es ingente.



Inserto, por derecho propio, en el existencialismo, Unamuno invirtió buena

parte de su producción en sondear el problema de la personalidad. Las

ramificaciones a las que le condujo esta cuestión son de muy distinta naturaleza.

Por eso, es necesario conocer, previamente, algunos antecedentes ideológicos

para exponer, seguidamente, las líneas maestras de su reflexión con el fin de

demostrar, después, cómo éstas se registran en un género que él mismo

inauguró para contar con un medio de expresión que le fuera distinto: la

nivola.



Precedentes a una crisis de conciencia



La obra de Miguel de Unamuno entraña, en su globalidad, la crisis del

hombre contemporáneo. Adscrito a esa corriente de pensadores y artistas que

sintieron la imposibilidad de resolver el problema de la existencia humana

por medio de los dictámenes del pensamiento racionalista, Unamuno se alza

en armas contra el optimismo romántico que auspició la elaboración de una

doctrina –la de Friedrich Hegel– que prometía al hombre su ansiada

trascendencia.

Ya en su época de gestación –y, posteriormente, en su plenitud–, el

idealismo hegeliano halló poderosos detractores: las agudas revisiones de

Kierkegaard, el nihilismo pesimista de Schopenhauer, el vitalismo enardecido

de Nietzsche o el cientifismo positivista de Compte, además del materialismo

histórico de Marx, son, sin duda, –bien por adhesión, bien por rechazo–,

precedentes a lo que en el siglo xx habría de llamarse la crisis del sujeto.



…………………………



La crisis del sujeto en la obra narrativa de Miguel de Unamuno



El individuo en su busca de identidad: la nivola



A excepción de su primera obra narrativa, Paz en la guerra, Unamuno

renunció a novelar de acuerdo con los principios miméticos de fidelidad y

verosimilitud del Realismo decimonónico. Todos sus relatos posteriores

serían considerados nivolas. Pero, ¿qué es una nivola?



En el prólogo-epílogo a la segunda edición de la primera de las obras

estimadas como tales, Amor y pedagogía,

el propio autor aporta una definición: «Relatos dramáticos,

acezantes, de realidades íntimas, entrañadas, sin bambalinas ni realismos en

que suele faltar la verdadera, la eterna realidad, la realidad de la personalidad.».

Con estas palabras exponía toda una declaración de intenciones en lo relativo

a lo que habría de ser, para él, el género: un método de exploración

antropológica en que lo circunstancial quedaría reducido al mínimo, cuando

no completamente solapado. Por tanto, se trata de obras que no dan cabida

a ninguna impresión sensible, en que las intervenciones dialógicas de los

personajes, la parte sustancial del discurso, tampoco contribuyen a crear una

atmósfera. En definitiva, es éste uno de los primeros intentos de construir

una novela experimental donde todo lo cortical ha quedado esquilmado y

donde unos seres reducidos a arquetipos psicológicos litigan, en un debate

íntimo con los otros y consigo mismos. Tan sólo las pasiones de unas figuras

de las que se nos omiten casi todas las referencias anatómicas y fisiológicas

vertebrarían la estructura y harían progresar la acción.

José Luis Abellán ha llamado la atención sobre el hecho de que las nivolas

son creaciones ficcionales que ejemplifican las conclusiones filosóficas a que

había llegado su autor en su etapa de madurez intelectual, recogidas en su

ensayo de 1912 Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos.



Francisco Ayala ha ampliado la extensión de esta idea afirmando que es en

la narrativa donde encontramos al Unamuno más hondo y reflexivo. Apoya

su aserto añadiendo que la hibridación de este género, la falta de demarcaciones

que lo definieran con unos caracteres exclusivos y excluyentes lo dotaban con

la aptitud que el escritor vasco reclamaba por ser la ausencia de planificación

no ya una veta distintiva de su modo de escribir, sino la idea central de todo

su pensamiento. En efecto, eran la dispersión, el caos y el absurdo lo que

Unamuno pretendía comunicar, y la nivola se había convertido en su acomodo

Perfecto. Por eso, culmina Ayala asegurando que, para Unamuno, la

novela –o la nivola - y el mundo eran una misma cosa. En consonancia con

esto, José Ferrater sostiene que la nivola es la consumación de un intento

por demostrar que no existen delimitaciones diáfanas entre el campo de la

ficción y el de la realidad. Ciertamente, en este tipo de piezas veremos

resquebrajarse el antiguo sistema jerárquico que relaciona a Dios con los

hombres, y a éstos, con sus creaciones. El esquema deductivo de la existencia

situaba a Dios como creador, rector y fuerza motriz del hombre, y éste,

facultado también por la creación, sería responsable de los elementos que

brotan de una actividad física y/o mental. Por añadidura, se aceptaba que

cada elemento de la gradación se supeditaba a aquél que ocupara un rango

inmediatamente superior en una vinculación no sólo de sometimiento, sino

también de conclusión. De esta forma, las creaciones humanas estarían

subordinadas al hombre, y el hombre, junto con sus creaciones, estaría

subordinado a Dios, que lo gobierna y domina todo. Unamuno reproduce

esta síntesis hablando no de creación, sino de ensoñación. Así, Dios sueña

–es decir, elabora con su fantasía– otras criaturas. Podría pensarse que

Unamuno expone estos argumentos para suscribir la metafísica racionalista

habiéndole dado él, únicamente, ciertos tintes calderonianos. Por contra, lo

que pretende es impugnar este modelo y lo hace de la siguiente forma: si

Dios, los hombres y las fantasías suscitadas en la imaginación de éstos

coinciden con su capacidad para soñar, no hay por qué mantener la jerarquía;

sino que el hombre puede muy bien soñar a Dios, y los entes ficticios pueden,

igualmente bien, soñar al escritor. Toda vez que ha quedado subvertida la

pirámide de la existencia, la ficción y la realidad aparecen íntimamente unidas.

……………….



La relativización de la personalidad:

Tres novelas ejemplares y un prólogo



Francisco Ynduráin ha sondeado los veneros en los que Unamuno pudo

encontrar confkuencias para sus estimaciones acerca de la relativización de la

identidad individual. El influjo de Oliver Wendell Holmes parece incontes-

table puesto que es el propio Unamuno el que lo cita en el Prólogo a sus

Tres novelas ejemplares.

Los únicos tres libros de Holmes que se encuentran

en la biblioteca de nuestro autor son

The Autocrat of the Breakfast Table,

The Professor at the Breakfast Table

y The Poet at the Breakfast Table,



de cuya lectura, relectura y frecuentes consultas dan muestra las copiosas

anotaciones que se pueden leer en los márgenes y en los índices.

La primera vez que el escritor bilbaíno alude a Holmes en una publicación

es en 1902, con motivo de la redacción de un artículo que tituló «El

individualismo español», donde señala lo siguiente:



El humorista americano Wendell Holmes habla en una de sus obras de los

tres Juanes: de Juan tal cual él se cree ser, de Juan tal cual le creen los demás

y de Juan tal cual es en la realidad. Y como para cada individuo, hay, para

cada pueblo, sus tres Juanes. Hay el pueblo español tal y como nosotros, los

españoles, creemos que es, hay el pueblo español tal como le creen los

extranjeros y hay el pueblo español tal y como es.



Pocos años después, en 1906, vuelve a aludir a Holmes:

Antes de ahora he tenido ocasión de citar aquella ingeniosísima ocurrencia

del humorista yanqui Wendell Holmes respecto a los tres Juanes... Y sobre

las mutuas acciones y reacciones de esos tres Juanes, cabe muy sutil indaga-

ción. Somos, en efecto, de un modo; creemos ser de otro y los demás nos

creen de otro.

No obstante, ya no acepta sin matizar, el pensamiento del norteamericano;

sino que empieza a ahormar la ocurrencia a su propia reflexión, y, así, afirma:

Juan, tal cual es, el Juan primitivo y radical, podrá vivir preso de Juan tal cual

él se cree; pero vive mucho más preso del Juan que los demás han forjado.

Con estas apostillas, está progresando hacia la exposición definitiva del

problema que ocupará lugar prominente en

Tres novelas ejemplares y un prólogo,

en que vuelve a insistir con Holmes de la siguiente manera:



Aquí tengo que referirme, una vez más, a aquella ingeniosísima teoría de

Oliver Wendell Holmes –en su Autocrat of the Breakfast Table, sobre los



tres Juanes y los tres Tomases. Y es que, cuando conversan dos, Juan y

Tomás, hay seis en conversación, que son:

El Juan Real; conocido sólo por su Hacedor.

El Juan ideal de Juan; nunca el real y a menudo otro Juan... muy desemejan-

te de él.

El Juan ideal de Tomás; nunca el Juan real ni el Juan de Juan, sino a menu-

do muy desemejante de ambos.

El Tomás real.

El Tomás ideal de Tomás.

El Tomás ideal de Juan.

Esta es, en efecto, la exposición que hace Holmes del tema; pero, habida

cuenta de la puntualización hecha ya en 1906, Unamuno, a fuerza de ser

coherente consigo mismo, añade dos nuevos contertulios: el que Juan quisiera

ser y el que Tomás quisiera ser. Esta nueva dimensión del querer ser

anula la del ser real

puesto que éste depende de su creador, o sea, de Dios, de cuya

existencia no tenemos ni tendremos noticia cierta –he aquí la revisión de

Unamuno fruto de la muerte de Dios.

Sin embargo, aunque es en la obra que comentamos donde la teoría

unamuniana de la relativización de la personalidad alcanza su configuración

definitiva, ya en Paz en la guerra hay algunas muestras que denotan su

temprana preocupación por el asunto. A finales del capítulo IV, leemos que

don Joaquín y su sobrino vivían «impenetrables el uno al otro, diferentísimos

cada uno de ellos de cómo el otro se lo representaba, más unidos por nexo

de infinitos hábitos, por la sutil trama de una larga convivencia».

Añadamos un testimonio más. En 1905, declaraba en un artículo aparecido

en el Heraldo de Madrid:

Quiero ser una cosa u otra ya que abrigo la profundísima convicción de que

ser no es más sino querer ser.

Esta convicción será transferida por Unamuno a sus personajes de

Tres novelas ejemplares y un prólogo,

donde los caracteriza como «agonistas, es decir,

luchadores –o si queréis los llamaremos personajes, son seres reales, realísimos,

y con la realidad más íntima, con la que se dan ellos mismos en puro querer

ser o en puro no querer ser».

El asunto sobre el que gira la primera de las novelas,

Dos madres, remite a dos motivos bíblicos:

el primero es la envidia que suscita en la mujer de Jacob,

Raquel –que es estéril–, la fertilidad de su hermana; el segundo es el pasaje

en que dos supuestas madres reclaman, ante Salomón, a un hijo que las dos

consideran legítimo y propio. El argumento se despliega en las siguientes

líneas: Raquel, viuda estéril, con una apetencia desmedida de maternidad,

obliga a su amante, don Juan, a que conquiste a la joven Berta Lapeira a fin

de que quede embarazada. Cuando la muchacha da a luz, Raquel va,

paulatinamente, usurpando su parcela de madre hasta que, finalmente, le

arrebata la custodia de la criatura. Juan es abandonado por Raquel, y,

sintiéndose desesperado, se precipita por un desfiladero. Raquel, heredera

universal de la fortuna de Juan, consigue dominar la fortuna de Berta, que

accede a entregar a su hijo para no despertar las críticas de su entorno.

En El marqués de Lumbría,

la dualidad se entabla entre dos hermanas de

distinta condición anímica: Carolina, mujer introspectiva y afecta a los

espacios enclaustrados, contrasta con su hermana Luisa, a quien le atraen la

luz y los horizontes abiertos. Entre las dos se disputan el cariño de Tristán

Ibáñez de Gamonal, que se instala en el palacio en que moran las dos hermanas

como prometido de Luisa. Sin embargo, Tristán es seducido por Carolina.

La relación matrimonial entre Luisa y Tristán se enrarece, y, entre los tres

miembros del triángulo se impone la incomunicación, que no se palía con el

nacimiento de un hijo. La muerte del marqués y de Luisa precipita la boda

de Tristán y Carolina, que obliga a su marido a reconocer al hijo nacido de

la antigua y clandestina relación entre los cónyuges. Los dos niños se repelen

de tal forma que su convivencia se hace insoportable. Carolina rechaza al

sobrino –al que tilda de Caín– y le hace ingresar en un internado. Acto

seguido, emprende las añagazas que le permitan transmitir la herencia del

marqués a su hijo. El sentimiento del honor calderoniano y el empuje cainita

son los dos substratos ideológicos que articulan la novela.

En Nada menos que todo un hombre,

también la honra es un elemento que

subyace a la evolución de la fábula. Julia ha trabado relaciones con un amante

para alimentar los celos de su marido, Alejandro Gómez, que no cree posible

que su esposa incurra en una falta de infidelidad. No obstante, al comprobar

lo que ocurre, se solivianta y amenaza de muerte a su cónyuge y al burlador.

Con esto, podemos pasar a escrutar el fondo temático de las novelas. Una

visión panorámica con#rma que, en estos cuatro opúsculos, se compendian

–en unos casos recapituladas; en otros, en estado germinal– las observaciones

más íntimas de Unamuno.

El primero de los ejes motrices es el problema de la identidad personal,

presente a lo largo de las tres piezas de acuerdo con el esquema contenido en

el «Prólogo» y acendrado tras las citadas acotaciones a Holmes. En los

personajes en que más claramente se concreta esta idea son Raquel y Caroli-

na, cuya intrahistoria

viene de#nida por la ambición de maternidad.

El tema de la identidad está enraizado con el de la voluntad. El afán de

dominio, la confianza en una potencia que permite sortear los desafíos y las

dificultades, además de la autoconfianza y la perseverancia están encarnados

en Alejandro Gómez.

Igualmente connatural a la personalidad y a la voluntad, es el deseo de

pervivencia. Cualquiera de los personajes puede servir de ejemplo; pero es,

quizás, Raquel la que mejor refiere sus cuitas al ver amenazada su

intrahistoria a causa de su esterilidad.

Vinculada al hambre de permanencia, está la constante de la muerte. El

cercén de la existencia es, en todo momento, el último paso de una realidad

absurda e inmotivada. Se aprecia, con especial transparencia, en el suicidio

de don Juan, que se arroja al vacío una vez que advierte que se encuentra

desposeído de una motivación y de una misión a la que entregarse.

Por último, se toca el tema de la envidia, la amenaza del ajeno que puede

acaparar lo que se considera propio. En estos casos, las tribulaciones sólo

pueden descaecer con la anulación del otro.

Carolina es el arquetipo de mujer dominada por esta pasión.

En resumen, con Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920), el autor ofrecía

a sus lectores un inventario de las preocupaciones que borbotaban en su

cerebro. Algunas de estas preocupaciones habían quedado fijadas en las páginas

de ciertas nivolas –por ejemplo, en Niebla (1914), donde había trazado las



coordenadas de una existencia transida por el absurdo, o, en Abel Sánchez

(1917), en la que la envidia se erigía en protagonista con correlatos bíblicos.

Otros objetos de re$exión, como el intento de resolución del misterio de la

maternidad virginal –en La tía Tula (1921)– o la muerte de Dios, punto de

arranque de todo su pensamiento – en San Manuel bueno, mártir (1930-,

tardarían algunos años en tomar cuerpo.



En 1912, aparece

Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los

pueblos.

Este hecho ha sido destacado, proverbialmente, por la crítica como

la génesis de la madurez vital e intelectual de Unamuno. Toda su obra pos-

terior secundaría las ideas contenidas en este libro capital. Sin embargo, la

frialdad del ensayo le obligaba a expresarse de un modo genérico, por lo que

su doctrina debía completarse con la ejemplificación de casos particulares y

singularizado. Por esta exigencia de su talante creador, acomete la composición

de obras de teatro, libros de poemas y –sin abandonar el ensayo– relatos.

Siguiendo cualquiera de estas vías, nos podemos aproximar a lo que fue

Unamuno como filósofo y como artista; pero posiblemente sea la

Nivola el mejor camino para penetrar en su conocimiento. Esa es la opción

que he mos elegido pensando que el intervalo que parte de Niebla

y culmina con San Manuel Bueno, mártir encierra los conceptos esenciales de su universo

vital e intelectual: el enigma de la personalidad, y, dentro de él, los males

que acechan al individuo: la soledad, la incomunicación, la duda y la muerte.









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