Óscar González Palencia
El tema de la personalidad en la obra
narrativa de Miguel de Unamuno.
Un estado de la cuestión
(Fragmentos)
Quizá haya sido el existencialismo la corriente de pensamiento que con más
honda raigambre se haya asentado en el siglo xx . Una filolosofía centrada
casi exclusivamente en el hombre y su problemática debería tener,
perentoriamente, una incidencia poderosa tanto en el arte como en la vida
cotidiana. La literatura se elaboraba como un medio de propagación de ideas
tan válido como anteriormente lo había sido el tratado, ceñido a una
metodología pretendidamente científica. Esto revertió en que este ideario
se canalizara tanto a través de enjundiosos estudios como en conversaciones
de café. En cualquier campo –sea la rigurosa crítica universitaria, sea la in-
formal charla entre amigos con inquietudes intelectuales compartidas–, se
mencionaba nombres como los de Camus, Sartre, Heidegger, Jaspers, etc.
Algunos atribuían el patronazgo de esta filolosofía a Kierkegaard; otros, algo
más avezados e instruidos, otorgaban la paternidad del movimiento a Pas-
cal. Sea como fuere, el nombre de Miguel de Unamuno quedaba totalmente
postergado o, en el mejor de los casos, relegado como una figura de segundo
orden. Hoy en día, esta opinión ha tomado un viraje considerable.
Traducido a multitud de lenguas, la bibliografía que han provocado su vida
y su obra es ingente.
Inserto, por derecho propio, en el existencialismo, Unamuno invirtió buena
parte de su producción en sondear el problema de la personalidad. Las
ramificaciones a las que le condujo esta cuestión son de muy distinta naturaleza.
Por eso, es necesario conocer, previamente, algunos antecedentes ideológicos
para exponer, seguidamente, las líneas maestras de su reflexión con el fin de
demostrar, después, cómo éstas se registran en un género que él mismo
inauguró para contar con un medio de expresión que le fuera distinto: la
nivola.
Precedentes a una crisis de conciencia
La obra de Miguel de Unamuno entraña, en su globalidad, la crisis del
hombre contemporáneo. Adscrito a esa corriente de pensadores y artistas que
sintieron la imposibilidad de resolver el problema de la existencia humana
por medio de los dictámenes del pensamiento racionalista, Unamuno se alza
en armas contra el optimismo romántico que auspició la elaboración de una
doctrina –la de Friedrich Hegel– que prometía al hombre su ansiada
trascendencia.
Ya en su época de gestación –y, posteriormente, en su plenitud–, el
idealismo hegeliano halló poderosos detractores: las agudas revisiones de
Kierkegaard, el nihilismo pesimista de Schopenhauer, el vitalismo enardecido
de Nietzsche o el cientifismo positivista de Compte, además del materialismo
histórico de Marx, son, sin duda, –bien por adhesión, bien por rechazo–,
precedentes a lo que en el siglo xx habría de llamarse la crisis del sujeto.
…………………………
La crisis del sujeto en la obra narrativa de Miguel de Unamuno
El individuo en su busca de identidad: la nivola
A excepción de su primera obra narrativa, Paz en la guerra, Unamuno
renunció a novelar de acuerdo con los principios miméticos de fidelidad y
verosimilitud del Realismo decimonónico. Todos sus relatos posteriores
serían considerados nivolas. Pero, ¿qué es una nivola?
En el prólogo-epílogo a la segunda edición de la primera de las obras
estimadas como tales, Amor y pedagogía,
el propio autor aporta una definición: «Relatos dramáticos,
acezantes, de realidades íntimas, entrañadas, sin bambalinas ni realismos en
que suele faltar la verdadera, la eterna realidad, la realidad de la personalidad.».
Con estas palabras exponía toda una declaración de intenciones en lo relativo
a lo que habría de ser, para él, el género: un método de exploración
antropológica en que lo circunstancial quedaría reducido al mínimo, cuando
no completamente solapado. Por tanto, se trata de obras que no dan cabida
a ninguna impresión sensible, en que las intervenciones dialógicas de los
personajes, la parte sustancial del discurso, tampoco contribuyen a crear una
atmósfera. En definitiva, es éste uno de los primeros intentos de construir
una novela experimental donde todo lo cortical ha quedado esquilmado y
donde unos seres reducidos a arquetipos psicológicos litigan, en un debate
íntimo con los otros y consigo mismos. Tan sólo las pasiones de unas figuras
de las que se nos omiten casi todas las referencias anatómicas y fisiológicas
vertebrarían la estructura y harían progresar la acción.
José Luis Abellán ha llamado la atención sobre el hecho de que las nivolas
son creaciones ficcionales que ejemplifican las conclusiones filosóficas a que
había llegado su autor en su etapa de madurez intelectual, recogidas en su
ensayo de 1912 Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos.
Francisco Ayala ha ampliado la extensión de esta idea afirmando que es en
la narrativa donde encontramos al Unamuno más hondo y reflexivo. Apoya
su aserto añadiendo que la hibridación de este género, la falta de demarcaciones
que lo definieran con unos caracteres exclusivos y excluyentes lo dotaban con
la aptitud que el escritor vasco reclamaba por ser la ausencia de planificación
no ya una veta distintiva de su modo de escribir, sino la idea central de todo
su pensamiento. En efecto, eran la dispersión, el caos y el absurdo lo que
Unamuno pretendía comunicar, y la nivola se había convertido en su acomodo
Perfecto. Por eso, culmina Ayala asegurando que, para Unamuno, la
novela –o la nivola - y el mundo eran una misma cosa. En consonancia con
esto, José Ferrater sostiene que la nivola es la consumación de un intento
por demostrar que no existen delimitaciones diáfanas entre el campo de la
ficción y el de la realidad. Ciertamente, en este tipo de piezas veremos
resquebrajarse el antiguo sistema jerárquico que relaciona a Dios con los
hombres, y a éstos, con sus creaciones. El esquema deductivo de la existencia
situaba a Dios como creador, rector y fuerza motriz del hombre, y éste,
facultado también por la creación, sería responsable de los elementos que
brotan de una actividad física y/o mental. Por añadidura, se aceptaba que
cada elemento de la gradación se supeditaba a aquél que ocupara un rango
inmediatamente superior en una vinculación no sólo de sometimiento, sino
también de conclusión. De esta forma, las creaciones humanas estarían
subordinadas al hombre, y el hombre, junto con sus creaciones, estaría
subordinado a Dios, que lo gobierna y domina todo. Unamuno reproduce
esta síntesis hablando no de creación, sino de ensoñación. Así, Dios sueña
–es decir, elabora con su fantasía– otras criaturas. Podría pensarse que
Unamuno expone estos argumentos para suscribir la metafísica racionalista
habiéndole dado él, únicamente, ciertos tintes calderonianos. Por contra, lo
que pretende es impugnar este modelo y lo hace de la siguiente forma: si
Dios, los hombres y las fantasías suscitadas en la imaginación de éstos
coinciden con su capacidad para soñar, no hay por qué mantener la jerarquía;
sino que el hombre puede muy bien soñar a Dios, y los entes ficticios pueden,
igualmente bien, soñar al escritor. Toda vez que ha quedado subvertida la
pirámide de la existencia, la ficción y la realidad aparecen íntimamente unidas.
……………….
La relativización de la personalidad:
Tres novelas ejemplares y un prólogo
Francisco Ynduráin ha sondeado los veneros en los que Unamuno pudo
encontrar confkuencias para sus estimaciones acerca de la relativización de la
identidad individual. El influjo de Oliver Wendell Holmes parece incontes-
table puesto que es el propio Unamuno el que lo cita en el Prólogo a sus
Tres novelas ejemplares.
Los únicos tres libros de Holmes que se encuentran
en la biblioteca de nuestro autor son
The Autocrat of the Breakfast Table,
The Professor at the Breakfast Table
y The Poet at the Breakfast Table,
de cuya lectura, relectura y frecuentes consultas dan muestra las copiosas
anotaciones que se pueden leer en los márgenes y en los índices.
La primera vez que el escritor bilbaíno alude a Holmes en una publicación
es en 1902, con motivo de la redacción de un artículo que tituló «El
individualismo español», donde señala lo siguiente:
El humorista americano Wendell Holmes habla en una de sus obras de los
tres Juanes: de Juan tal cual él se cree ser, de Juan tal cual le creen los demás
y de Juan tal cual es en la realidad. Y como para cada individuo, hay, para
cada pueblo, sus tres Juanes. Hay el pueblo español tal y como nosotros, los
españoles, creemos que es, hay el pueblo español tal como le creen los
extranjeros y hay el pueblo español tal y como es.
Pocos años después, en 1906, vuelve a aludir a Holmes:
Antes de ahora he tenido ocasión de citar aquella ingeniosísima ocurrencia
del humorista yanqui Wendell Holmes respecto a los tres Juanes... Y sobre
las mutuas acciones y reacciones de esos tres Juanes, cabe muy sutil indaga-
ción. Somos, en efecto, de un modo; creemos ser de otro y los demás nos
creen de otro.
No obstante, ya no acepta sin matizar, el pensamiento del norteamericano;
sino que empieza a ahormar la ocurrencia a su propia reflexión, y, así, afirma:
Juan, tal cual es, el Juan primitivo y radical, podrá vivir preso de Juan tal cual
él se cree; pero vive mucho más preso del Juan que los demás han forjado.
Con estas apostillas, está progresando hacia la exposición definitiva del
problema que ocupará lugar prominente en
Tres novelas ejemplares y un prólogo,
en que vuelve a insistir con Holmes de la siguiente manera:
Aquí tengo que referirme, una vez más, a aquella ingeniosísima teoría de
Oliver Wendell Holmes –en su Autocrat of the Breakfast Table, sobre los
tres Juanes y los tres Tomases. Y es que, cuando conversan dos, Juan y
Tomás, hay seis en conversación, que son:
El Juan Real; conocido sólo por su Hacedor.
El Juan ideal de Juan; nunca el real y a menudo otro Juan... muy desemejan-
te de él.
El Juan ideal de Tomás; nunca el Juan real ni el Juan de Juan, sino a menu-
do muy desemejante de ambos.
El Tomás real.
El Tomás ideal de Tomás.
El Tomás ideal de Juan.
Esta es, en efecto, la exposición que hace Holmes del tema; pero, habida
cuenta de la puntualización hecha ya en 1906, Unamuno, a fuerza de ser
coherente consigo mismo, añade dos nuevos contertulios: el que Juan quisiera
ser y el que Tomás quisiera ser. Esta nueva dimensión del querer ser
anula la del ser real
puesto que éste depende de su creador, o sea, de Dios, de cuya
existencia no tenemos ni tendremos noticia cierta –he aquí la revisión de
Unamuno fruto de la muerte de Dios.
Sin embargo, aunque es en la obra que comentamos donde la teoría
unamuniana de la relativización de la personalidad alcanza su configuración
definitiva, ya en Paz en la guerra hay algunas muestras que denotan su
temprana preocupación por el asunto. A finales del capítulo IV, leemos que
don Joaquín y su sobrino vivían «impenetrables el uno al otro, diferentísimos
cada uno de ellos de cómo el otro se lo representaba, más unidos por nexo
de infinitos hábitos, por la sutil trama de una larga convivencia».
Añadamos un testimonio más. En 1905, declaraba en un artículo aparecido
en el Heraldo de Madrid:
Quiero ser una cosa u otra ya que abrigo la profundísima convicción de que
ser no es más sino querer ser.
Esta convicción será transferida por Unamuno a sus personajes de
Tres novelas ejemplares y un prólogo,
donde los caracteriza como «agonistas, es decir,
luchadores –o si queréis los llamaremos personajes, son seres reales, realísimos,
y con la realidad más íntima, con la que se dan ellos mismos en puro querer
ser o en puro no querer ser».
El asunto sobre el que gira la primera de las novelas,
Dos madres, remite a dos motivos bíblicos:
el primero es la envidia que suscita en la mujer de Jacob,
Raquel –que es estéril–, la fertilidad de su hermana; el segundo es el pasaje
en que dos supuestas madres reclaman, ante Salomón, a un hijo que las dos
consideran legítimo y propio. El argumento se despliega en las siguientes
líneas: Raquel, viuda estéril, con una apetencia desmedida de maternidad,
obliga a su amante, don Juan, a que conquiste a la joven Berta Lapeira a fin
de que quede embarazada. Cuando la muchacha da a luz, Raquel va,
paulatinamente, usurpando su parcela de madre hasta que, finalmente, le
arrebata la custodia de la criatura. Juan es abandonado por Raquel, y,
sintiéndose desesperado, se precipita por un desfiladero. Raquel, heredera
universal de la fortuna de Juan, consigue dominar la fortuna de Berta, que
accede a entregar a su hijo para no despertar las críticas de su entorno.
En El marqués de Lumbría,
la dualidad se entabla entre dos hermanas de
distinta condición anímica: Carolina, mujer introspectiva y afecta a los
espacios enclaustrados, contrasta con su hermana Luisa, a quien le atraen la
luz y los horizontes abiertos. Entre las dos se disputan el cariño de Tristán
Ibáñez de Gamonal, que se instala en el palacio en que moran las dos hermanas
como prometido de Luisa. Sin embargo, Tristán es seducido por Carolina.
La relación matrimonial entre Luisa y Tristán se enrarece, y, entre los tres
miembros del triángulo se impone la incomunicación, que no se palía con el
nacimiento de un hijo. La muerte del marqués y de Luisa precipita la boda
de Tristán y Carolina, que obliga a su marido a reconocer al hijo nacido de
la antigua y clandestina relación entre los cónyuges. Los dos niños se repelen
de tal forma que su convivencia se hace insoportable. Carolina rechaza al
sobrino –al que tilda de Caín– y le hace ingresar en un internado. Acto
seguido, emprende las añagazas que le permitan transmitir la herencia del
marqués a su hijo. El sentimiento del honor calderoniano y el empuje cainita
son los dos substratos ideológicos que articulan la novela.
En Nada menos que todo un hombre,
también la honra es un elemento que
subyace a la evolución de la fábula. Julia ha trabado relaciones con un amante
para alimentar los celos de su marido, Alejandro Gómez, que no cree posible
que su esposa incurra en una falta de infidelidad. No obstante, al comprobar
lo que ocurre, se solivianta y amenaza de muerte a su cónyuge y al burlador.
Con esto, podemos pasar a escrutar el fondo temático de las novelas. Una
visión panorámica con#rma que, en estos cuatro opúsculos, se compendian
–en unos casos recapituladas; en otros, en estado germinal– las observaciones
más íntimas de Unamuno.
El primero de los ejes motrices es el problema de la identidad personal,
presente a lo largo de las tres piezas de acuerdo con el esquema contenido en
el «Prólogo» y acendrado tras las citadas acotaciones a Holmes. En los
personajes en que más claramente se concreta esta idea son Raquel y Caroli-
na, cuya intrahistoria
viene de#nida por la ambición de maternidad.
El tema de la identidad está enraizado con el de la voluntad. El afán de
dominio, la confianza en una potencia que permite sortear los desafíos y las
dificultades, además de la autoconfianza y la perseverancia están encarnados
en Alejandro Gómez.
Igualmente connatural a la personalidad y a la voluntad, es el deseo de
pervivencia. Cualquiera de los personajes puede servir de ejemplo; pero es,
quizás, Raquel la que mejor refiere sus cuitas al ver amenazada su
intrahistoria a causa de su esterilidad.
Vinculada al hambre de permanencia, está la constante de la muerte. El
cercén de la existencia es, en todo momento, el último paso de una realidad
absurda e inmotivada. Se aprecia, con especial transparencia, en el suicidio
de don Juan, que se arroja al vacío una vez que advierte que se encuentra
desposeído de una motivación y de una misión a la que entregarse.
Por último, se toca el tema de la envidia, la amenaza del ajeno que puede
acaparar lo que se considera propio. En estos casos, las tribulaciones sólo
pueden descaecer con la anulación del otro.
Carolina es el arquetipo de mujer dominada por esta pasión.
En resumen, con Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920), el autor ofrecía
a sus lectores un inventario de las preocupaciones que borbotaban en su
cerebro. Algunas de estas preocupaciones habían quedado fijadas en las páginas
de ciertas nivolas –por ejemplo, en Niebla (1914), donde había trazado las
coordenadas de una existencia transida por el absurdo, o, en Abel Sánchez
(1917), en la que la envidia se erigía en protagonista con correlatos bíblicos.
Otros objetos de re$exión, como el intento de resolución del misterio de la
maternidad virginal –en La tía Tula (1921)– o la muerte de Dios, punto de
arranque de todo su pensamiento – en San Manuel bueno, mártir (1930-,
tardarían algunos años en tomar cuerpo.
En 1912, aparece
Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los
pueblos.
Este hecho ha sido destacado, proverbialmente, por la crítica como
la génesis de la madurez vital e intelectual de Unamuno. Toda su obra pos-
terior secundaría las ideas contenidas en este libro capital. Sin embargo, la
frialdad del ensayo le obligaba a expresarse de un modo genérico, por lo que
su doctrina debía completarse con la ejemplificación de casos particulares y
singularizado. Por esta exigencia de su talante creador, acomete la composición
de obras de teatro, libros de poemas y –sin abandonar el ensayo– relatos.
Siguiendo cualquiera de estas vías, nos podemos aproximar a lo que fue
Unamuno como filósofo y como artista; pero posiblemente sea la
Nivola el mejor camino para penetrar en su conocimiento. Esa es la opción
que he mos elegido pensando que el intervalo que parte de Niebla
y culmina con San Manuel Bueno, mártir encierra los conceptos esenciales de su universo
vital e intelectual: el enigma de la personalidad, y, dentro de él, los males
que acechan al individuo: la soledad, la incomunicación, la duda y la muerte.
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