Curso Panorámico de Literatura Española

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad de la República
(Montevideo, Uruguay)

viernes, 5 de marzo de 2010

Selección de Poemas de Antonio Machado

Poemas de

Antonio Machado

Selección del libro

Soledades (1903)



Poema VII


El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta,
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...

Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo,
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.

En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.

Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.

Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.


Poema VI


Fue una clara tarde, triste y soñolienta
tarde de verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta...
La fuente sonaba.

Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.

En el solitario parque, la sonora
copla borbollante del agua cantora
me guió a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía.

La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un sueño lejano mi canto presente?
Fue una tarde lenta del lento verano.

Respondí a la fuente:
No recuerdo, hermana,
mas sé que tu copla presente es lejana.

Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como hoy sobre el mármol su monotonía.

¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,
que ves, sombreaban los claros cantares
que escuchas. Del rubio color de la llama,
el fruto maduro pendía en la rama,
lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?
Fue esta misma tarde de verano.

-No sé qué me dice tu copla riente
de ensueños lejanos, hermana la fuente.

Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía
que sueña en la tarde de verano vieja.

Yo sé que tus bellos espejos cantores
copiaron antiguos delirios de amores:
mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame mi alegre leyenda olvidada.

-Yo no sé leyendas de antigua alegría,
sino historias viejas de melancolía.

Fue una clara tarde del lento verano
Tú venías solo con tu pena, hermano;
tus labios besaron mi linfa serena,
y en la clara tarde, dijeron tu pena.

Dijeron tu pena tus labios que ardían;
la sed que ahora tienen, entonces tenían.

-Adiós para siempre, la fuente sonora,
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre, tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.

Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó en el silencio de la tarde muerta.

--------------



En el entierro de un amigo


Tierra le dieron una tarde horrible
del mes de julio, bajo el sol de fuego.

A un paso de la abierta sepultura
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.

De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente, descender hicieron
el ataúd al fondo de la fosa
los dos sepultureros...

Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.

Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.

Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos

El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.

-Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
larga paz a tus huesos...

Definitivamente,
duerme un sueño tranquilo y verdadero.

------------


Orillas del Duero


Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

Pasados los verdes pinos,
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.

Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía,
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!

….

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.
«En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.»

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se obscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
«Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada».

….

El viajero

Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.

El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó -la pobre loba- muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida,
teme, que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?

Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas...

Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.

Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.


…………

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra.

y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, por que no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja.

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.


Selección del libro


Campos de Castilla (1912)


Retrato

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;

mas recibí la flecha que me asignó Cupido

y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje

y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

A orillas del Duero

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.

Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,

buscando los recodos de sombra, lentamente.

A trechos me paraba para enjugar mi frente

y dar algún respiro al pecho jadeante;

o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia delante

y hacia la mano diestra vencido y apoyado

en un bastón, a guisa de pastoril cayado,

trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

de fuerte olor -romero, tomillo, salvia, espliego—.

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas, con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria. —Soria es una barbacana

hacia Aragón que tiene la torre castellana—.

Veía el horizonte cerrado por colinas

oscuras, coronadas de robles y de encinas;

desnudos peñascales, algún humilde prado

donde el merino pace y el toro arrodillado

sobre la hierba rumia, las márgenes del río

lucir sus verdes álamos al claro sol de estío

y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,

cruzar el largo puente y bajo las arcadas

de piedra ensombrecerse las agujas plateadas

del Duero.

El Duero cruza el corazón de roble

de Iberia y de Castilla.

¡Oh tierra triste y noble,

la de los altos llanos y yermos y roquedas,

de campos sin arados, regatos ni arboledas;

decrépitas ciudades, caminos sin mesones

y atónitos palurdos sin danzas ni canciones

que aún van, abandonando el mortecino hogar,

como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

¿Pasó? Sobre sus campos aun el fantasma yerra

de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes

madrastra es apenas de humildes ganapanes.

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos. a la corte; la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar cargados

de plata y oro a España, en regios galeones,

para la presa, cuervos; para la lid, leones.

Filósofos nutridos de sopa de convento

contemplan impasibles el amplio firmamento;

y si les llega en sueños, como un rumor distante,

clamor de mercaderes de muelles de Levante,

no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?

Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora;

envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora.

El sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana

—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran y se alejan, huyendo, y aparecen

de nuevo, ¡tan curiosas! ... Los campos se oscurecen.

Hacia el camino blanco está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al pedregal desierto.

Orillas del Duero

¡Primavera soriana, primavera

humilde, como el sueño de un bendito,

de un pobre caminante que durmiera

de cansancio en un páramo infinito!

¡Campillo amarillento,

como tosco sayal de campesina,

pradera de velludo polvoriento

donde pace la escuálida merina!

¡Aquellos diminutos pegujales

de tierra dura y fría,

donde apuntan centenos y trigales

que el pan moreno nos darán un día!

Y otra vez roca y roca, pedregales

desnudos y pelados serrijones,

la tierra de las águilas caudales,

malezas y jarales,

hierbas monteses, zarzas y cambrones.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

¡Castilla, tus decrépitas ciudades!

¡La agria melancolía

que puebla tus sombrías soledades!

¡Castilla varonil, adusta tierra;

Castilla del desdén contra la suerte,

Castilla del dolor y de la guerra,

tierra inmortal, Castilla de la muerte!

Era una tarde, cuando el campo huía

del sol, y en el asombro del planeta,

como un globo morado aparecía

la hermosa luna, amada del poeta.

En el cárdeno cielo vïoleta

alguna clara estrella fulguraba.

El aire ensombrecido

oreaba mis sienes y acercaba

el murmullo del agua hasta mi oído.

Entre cerros de plomo y de ceniza

manchados de roídos encanares,

y entre calvas roquedas de caliza,

iba a embestir los ocho tajamares

del puente el padre río,

que surca de Castilla el yermo frío.

¡Oh Duero, tu agua corre

y correrá mientras las nieves blancas

de enero el sol de mayo

haga fluir por hoces y barrancas;

mientras tengan las sierras su turbante

de nieve y de tormenta,

y brille el olifante

del sol, tras de la nube cenicienta!...

¿Y el viejo romancero

fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?

¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

irá corriendo hacia la mar Castilla?

A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas, de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

Recuerdos

¡Oh Soria! , cuando miro los frescos naranjales

cargados de perfume, y el campo enverdecido,

abiertos los jazmines, maduros los trigales,

azules las montañas y el olivar florido;

Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles;

y al sol de abril los huertos colmados de azucenas,

y los enjambres de oro, para libar sus mieles

dispersos en los campos, huir de sus colmenas;

yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares,

barriendo el cierzo helado tu campo empedernido;

y en sierras agrias sueño— ¡Urbión, sobre pinares!

¡Moncayo blanco, al cielo aragonés erguido!—.

Y pienso: Primavera, como un escalofrío

irá a cruzar el alto solar del romancero,

ya verdearán de chopos las márgenes del río.

¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?

Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas,

y la roqueda parda más de un zarzal en flor;

ya los rebaños blancos, por entre grises peñas,

hacia los altos prados conducirá el pastor.

¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas

que vais al joven Duero, zagales y merinos,

con rumbo hacia las altas praderas numantinas,

por las cañadas hondas y al sol de los caminos;

hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo;

montañas, serrijones, lomazos, parameras,

en donde reina el águila, por donde busca el cuervo

su infecto expoliario; menudas sementeras

cual sayos cenicientos; casetas y majadas

entre desnuda roca; arroyos y hontanares

donde a la tarde beben las yuntas fatigadas;

dispersos huertecillos, humildes abejares! ...

¡Adiós, tierra de Soria; adiós el alto llano

cercado de colinas y crestas miliares,

alcores y roquedas del yermo castellano,

fantasmas de robledos y sombras de encinares!

En la desesperanza y en la melancolía

de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.

Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía,

por los floridos valles, mi corazón te lleva.

En el tren, abril de 1912

…..

Allá, en las tierras altas,

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, entre plomizos cerros

y manchas de raídos encinares,

mi corazón está vagando, en sueños...

¿No ves, Leonor, los álamos del río

con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame

tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,

bordados de olivares polvorientos,

voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo.

…..

En estos campos de la tierra mía,

y extranjero en los campos de mi tierra

—yo tuve patria donde corre el Duero

por entre grises peñas

y fantasmas de viejos entinares,

allá en Castilla, mística y guerrera;

Castilla la gentil, humilde y brava;

Castilla del desdén y de la fuerza—,

en estos campos de mi Andalucía,

¡oh tierra en que nací! , cantar quisiera.

Tengo recuerdos de mi infancia, tengo

imágenes de luz y de palmeras,

y en una gloria de oro,

de lueñes campanarios con cigüeñas,

de ciudades con calles sin mujeres,

bajo un cielo de añil, plazas desiertas

donde crecen naranjos encendidos

con sus frutas redondas y bermejas;

y en un huerto sombrío, el limonero

de ramas polvorientas

y pálidos limones amarillos,

que el agua clara de la fuente espeja,

un aroma de nardos y claveles

y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena;

imágenes de grises olivares

bajo un tórrido sol que aturde y ciega,

y azules y dispersas serranías

con arreboles de una tarde inmensa;

mas falta el hilo que el recuerdo anuda

al corazón, el ancla en su ribera,

o estas memorias no son alma. Tienen,

en sus abigarradas vestimentas,

señal de ser despojos del recuerdo,

la carga bruta que el recuerdo lleva.

Un día tornarán, con luz del fondo ungidos,

los cuerpos virginales a la orilla vieja.

Lora del Río, 4 de Abril de 1913.

A José María Palacio

Palacio, buen amigo,

¿está la primavera

vistiendo ya las ramas de los chopos

del río y los caminos? En la estepa

del alto Duero, Primavera tarda,

¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

¿Tienen los viejos olmos

algunas hojas nuevas?

Aun las acacias estarán desnudas

y nevados los montes de las sierras.

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,

allá en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas

entre las grises peñas,

y blancas margaritas

entre la fina hierba?

Por esos campanarios

ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,

y mulas pardas en las sementeras,

y labriegos que siembran los tardíos

con las lluvias de abril. Ya las abejas

libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos

de la perdiz bajo las capas luengas,

no faltarán. Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra...

Baeza, 29 de Abril de 1913


Del pasado efímero

Este hombre del casino provinciano

que vio a Carancha recibir un día,

tiene mustia la tez, el pelo cano,

ojos velados de melancolía;

bajo el bigote gris, labios de hastío,

y una triste expresión que no es tristeza,

sino algo más o menos: el vacío

del mundo en la oquedad de su cabeza.

Aun luce de corinto terciopelo

chaqueta y pantalón abotinado,

y un cordobés color de caramelo,

pulido y torneado.

Tres veces heredó; tres ha perdido

al monte su caudal; dos ha enviudado.

Sólo se anima ante el azar prohibido,

sobre el verde tapete reclinado,

o al evocar la tarde un torero,

o la suerte un tahúr, o si alguna cuenta

la hazaña de un gallardo bandolero,

o la proeza de un matón, sangrienta.

Bosteza de política banales

dicterios al Gobierno reaccionario,

y augura que vendrán los liberales,

cual torna la cigüeña al campanario.

Un poco labrador, del cielo aguarda

y al cielo teme; alguna vez suspira,

pensando en su olivar, y al cielo mira

con ojo inquieto, si la lluvia tarda.

Lo demás, taciturno, hipocondríaco,

prisionero en la Arcadia del presente,

le aburre; sólo el humo del tabaco

simula algunas sombras en su frente.

Este hombre no es de ayer ni es de mañana,

sino de nunca; de la cepa hispana

no es el fruto maduro ni podrido,

es una fruta vana

de aquella España que pasó y no ha sido,

esa que hoy tiene la cabeza cana.



El mañana efímero

A Roberto Castrovido

La España de charanga y pandereta,

cerrado y sacristía,

devota de Frascuelo y de María,

de espíritu burlón y de alma quieta,

ha de tener su mármol y su día,

su inefable mañana y su poeta.

El vano ayer engendrará un mañana

vacío y ¡por ventura! pasajero.

Serán un joven lechuzo y tarambana,

un sayón con hechuras de bolero:

a la moda de Francia, realista;

un poco al uso de París, pagano,

y al estilo de España, especialista

en el vicio al alcance de la mano.

Esa España inferior que ora y bosteza,

vieja y tahúr, zaragatera y triste;

esa España inferior que ora y embiste

cuando se digna usar de la cabeza,

aun tendrá luengo parto de varones

amantes de sagradas tradiciones

y de sagradas formas y maneras;

florecerán las barbas apostòlicas,

y otras calvas en otras calaveras

brillarán, venerables y católicas.

El vano ayer engendrará un mañana

vacío y ¡por ventura! pasajero,

la sombra de un lechuzo tarambana,

de un sayón con hechuras de bolero.

El vacuo ayer dará un mañana huero.

Como la náusea de un borracho ahíto

de vino malo, un rojo sol corona

de heces turbias las cumbres de granito;

hay un mañana estomagante escrito

en la tarde pragmática y dulzona.

Mas otra España nace,

la España del cincel y de la maza,

con esa eterna juventud que se hace

del pasado macizo de la raza.

Una España implacable y redentora,

España que alborea

con un hacha en la mano vengadora,

España de la rabia y de la idea.

1913

No hay comentarios:

Publicar un comentario